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The xx – Coexist (2012)

El segundo trabajo del trío británico The xx era uno de los discos más esperados del año. Tres años después de su debut, «xx», el grupo se somete al examen de crítica y público para tratar de demostrar que no son un hype más.
Sin embargo, mientras los medios musicales más especializados siguen bailándoles el agua, entre el público las opiniones están divididas y hay quienes ya hablan de la decepción que supone «Coexist».
Este nuevo trabajo no es, ni de lejos, tan bueno como lo era su predecesor. Si me permitís un consejo, además, os recomendaría su escucha con nocturnidad (ya sea en la intimidad de una habitación o a bordo de un coche mientras recorréis la ciudad). Como con otras canciones o discos, la noche le confiere más sentido y el ambiente más apropiado para escucharlo. Pese a ello, esto no es excusa y «Coexist» se convierte en una promesa incumplida.
Todo lo que prometían los singles «Angels» y «Chained» va desinflándose a medida que pasan los poco más de treinta minutos que dura el álbum. Musicalmente han decidido que (todavía) menos es más, y se han decantado por la electrónica más desnuda (el nombre de Burial no deja de repetirse en mi cabeza a lo largo del disco). Demasiado, diría yo. Tanto que, con algunas excepciones (siendo «Reunion» la más notable) las voces de Oliver Sim y Romy Madley Croft se quedan en monótonos acompañamientos de esa electrónica abstracta que no emocionan como lo hacían «Islands», «Crystallised» o «Shelter».

Hay que reconocer, sin embargo, que el comienzo del disco con «Angels» es excepcional y que la hipnótica «Chained» es magnífica, pero en «Fiction» comienzo a notar ya el bajón. Cierto que «Reunion» vuelve a engancharme con sus ritmos de nuevo hipnóticos, pero la sensación de todo lo que podía haber sido el disco y lo que es en realidad, sigue presente en mi cabeza. Tampoco puedo decir que «Missing», «Sunset» o «Tides» sean malas canciones en absoluto. Sencillamente, podrían haber sido mucho mejores y la mayoría se quedan en la superficie, brillante y pulida, pero fría como el acero. Algunas se alargan innecesariamente («Swept Away») y otras, que podrían haber sido grandiosas, se quedan en correctas («Unfold»).
Tal vez lo que me ocurre con The xx sea lo mismo que me sucede con todas esas megaconstrucciones ultramodernas repletas de curvas y superficies brillantes. Por muy «bonito» que pueda parecerme su exterior, no puedo librarme de esa sensación gélida e impersonal que me transmite su interior. Quizás a The xx también les falte calor en el corazón de su música.


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